Tener conciencia de que la vida tiene un término ayuda a pensar con claridad en lo que se quiere alcanzar.
No se trata en absoluto de estar obsesionados con la idea de la muerte. Lo que sí es importante es darle el justo valor a cada día que se nos presenta por delante, a cada persona que nos acompaña, a los triunfos alcanzados, a las experiencias en las que nos involucramos.
Es fundamental apreciar cada detalle, cada elemento que nos rodea, la amistad de otras personas, su preocupación por nosotros y, además, retribuirles ese sentimiento.
Saber que un día llegará el final de la vida es el detonante para vivir con alegría, agradecidos por cada bendición, cada don con el que nacimos.
Reír, compartir con la familia y los amigos, expresar lo que sentimos, ayudar, dar sin esperar a cambio, permite tener una buena vida y, mejor aún, con felicidad.
Sin duda, para tener una buena vida es importante la responsabilidad. Estar conscientes de que toda acción tiene una consecuencia, para nosotros mismos y para los demás, es la norma. Si somos responsables podemos disfrutar cada momento a plenitud.
Durante la infancia es posible que no prestemos mucha atención a estos aspectos, pero en la edad adulta sí comprendemos que es vital cuidarnos, estar atentos a nuestra salud además de cuidar del resto de la familia. Y cuidar incluye estar con ellos, disfrutar de su compañía y brindar la nuestra cuando lo necesiten.
Así, al llegar la edad madura y la cercanía del último adiós, podremos sentirnos satisfechos de la vida que hemos alcanzado, recibiendo de otros lo mejor y dando lo mejor de nosotros. Estaremos satisfechos de cada esfuerzo y cada sacrificio, porque valió la pena. La vida, en definitiva, vale la pena.