La visita a los fallecidos en el camposanto es un ritual que se ha mantenido en diversas culturas como una forma de conmemoración. Muchas familias van al cementerio cuando se cumple un nuevo año de la muerte de un familiar, en la fecha de su cumpleaños,  en Navidad o Año Nuevo. Ese día hacen una limpieza del lugar, le llevan una ofrenda floral y también les hablan.

La visita al cementerio es una forma de honrar la memoria del fallecido. Asimismo, permite adaptarse a una nueva realidad a través de la asimilación de la pérdida. Ir al cementerio es una muestra de que se comprende que ese ser querido ya no está y que no va a regresar. Pero, también es la reafirmación  de que su recuerdo sigue vivo en la mente y el corazón de sus familiares, quienes varias veces al año se reúnen ante una tumba para mostrarle su respeto.

Aunque saben que el fallecido no los puede oír, les consuela poder expresarse con libertad ente la lápida. Y aunque esto no es considerado por los especialistas como una terapia, el efecto en los dolientes sí puede ser terapéutico.

La visita al cementerio es la oportunidad que tienen los familiares para mantener el contacto con la persona que ha muerto, recordar los momentos que vivieron juntos e, incluso, llorar y dejar salir el dolor que sienten por su partida.

Algunos psicólogos señalan que la visita al cementerio ayuda en el proceso del duelo. Es un ritual que incluye la selección y compra de la ofrenda floral, el traslado hasta el cementerio, el encuentro con otros familiares para hacer la visita, la limpieza y el arreglo del lugar y compartir el momento.

Todos esos pasos permiten a los dolientes interiorizar y aceptar la muerte, mantenerse en un estado de humor positivo, y ayuda a “celebrar” la vida que tuvo ese ser especial y que ahora no los acompaña en el mundo físico.