Por más amor o necesidad que sintamos respecto a quienes nos rodean, cada uno debe enfrentar la vida de manera distinta. Cuando se produce una ausencia por muerte nos resulta difícil pensar en seguir adelante con nuestra rutina sin la compañía de esa persona. Pero, tenemos una vida de la cual ocuparnos.

Más allá del dolor y la pena que causa la muerte, es necesario tomar las riendas de nuestra vida nuevamente y saber que nos quedan múltiples desafíos por delante, momentos para vivir y compartir con quienes aún están a nuestro lado.

Una vez que se cumple el período del duelo y comienza la recuperación por una pérdida, los dolientes retoman sus actividades y relaciones acostumbradas de manera progresiva. Es normal pensar que no hemos elegido vivir ese momento tan triste o desafortunado; pero lo que sí podemos elegir es cómo seguimos adelante.

Esta decisión es fundamental y marca la diferencia entre dejarse abatir por la muerte de un ser amado y encontrar fuerzas en la esperanza y la certeza de que esa persona ya no sufre, para entonces seguir adelante.

La vida no es buena o mala, justa o injusta. Simplemente, está llena de ciertos eventos que podemos planificar, como una boda o un viaje, o una carrera universitaria y otros sobre los cuales no tenemos control. En este grupo puede incluirse una enfermedad o la muerte. Esto es algo desconocido, pero sucede; no es culpa de nadie, simplemente es la realidad.

Muchas personas que enfrentan la muerte creen que los han abandonado, pero esto no es más que el resultado normal del miedo. Es algo natural y no hay que sentir vergüenza.

Los dolientes pueden elegir vivir con ese miedo o retomar sus sueños y darle valor a quienes están aún a su lado, creando nuevos sueños y trazándose nuevas metas.