Cuando ocurre un deceso, normalmente los dolientes lloran y de esta manera se liberan de la pena. Si algún familiar o amigo no llora se suele pensar que es muy fuerte y enfrenta la situación con mucho coraje. Sin embargo, esto es un mito, una creencia social según la cual si el duelo dura poco se considera un signo de fortaleza y si se extiende por largo tiempo es signo de debilidad.

Todas las personas que enfrentan la muerte de un ser querido sufren. Y el llanto es una forma de liberación. No hacerlo podría retrasar o entorpecer el proceso del duelo y, por extensión, la sanación. La necesidad de expresar el dolor es común a todos los seres vivos. No hacerlo puede indicar que la persona de alguna forma ha perdido el contacto con la realidad, se encuentra en estado de negación o su proceso de duelo está demorado. En este último caso se evidencia una dificultad de reconocer el escenario o los factores que dan inicio al duelo. El mismo se puede retrasar y presentarse días, meses o años después, fuera de contexto y sin una vinculación lógica.
En el caso de las personas que además de no llorar como forma de desahogo tampoco hablan sobre lo ocurrido, el dolor buscará la vía de escape. La consecuencia puede ser una dolencia física como dolor en el pecho o dolor de cabeza.

Los afectados también pueden sufrir depresión y ansiedad.
Retrasar el duelo por la muerte de un ser querido puede funcionar a corto plazo. Pero lo más sano es dejar que afloren los sentimientos propios de tal circunstancia.
En el ámbito social es fundamental reconocer en el otro el derecho a manifestar lo que siente, libremente, sin establecer juicios ni burlas o comparaciones.

Asimismo, y tomando en cuenta que cada quien vive el duelo de forma individual, lo recomendable es dejar que los dolientes enfrenten la muerte, lloren, expresen su rabia y todos los sentimientos que provoca un evento de tal naturaleza. El dolor y la pena son inevitables; pretender escapar de ellos o esconder las reacciones que desencadenan es contraproducente.