Saber que todo se acaba permite vivir una vida más plena, con los pies en la tierra, sin ahogarnos en las pequeñas frustraciones diarias. Es importante aceptar que nacemos para vivir y vivimos para morir, pero no porque hayamos hecho algo mal o seamos castigados por un ser superior que nos “quita” la vida. Simplemente, es un ciclo.

La muerte es el final del cuerpo físico pero quien muere no desaparece completamente porque sigue presente en la memoria de sus familiares y amigos a través de los recuerdos y fotos.

Interiorizar el hecho de que en algún momento moriremos ayuda a disipar la angustia, normalmente transmitida en la familia, de enfrentar ese momento solos o con dolor. No es necesariamente de ese modo. Cuando la persona vive a plenitud, compartiendo, dando amor y apreciando lo bello de cada persona, elemento o experiencia; respetando a los demás y a sí mismo, puede aceptar la muerte como algo natural. ¿Por qué? Porque siente satisfacción, confianza, tranquilidad. Además, quien vive plenamente, con responsabilidad, mostrando respeto y dando amor, no puede albergar miedo de ser olvidado. Por el contrario, sabe que lo recordarán con cariño, con amor e, incluso, con alegría.

Para disipar el miedo que provoca pensar en la muerte se deben comenzar a cambiar paradigmas. Ayuda significativamente interiorizar el hecho de que todo comienzo tiene un final y aplicarlo a la vida misma. Es una forma sencilla de darle sentido al ciclo de nacer, crecer, madurar, envejecer y morir.

Tras una vida plena, en la cercanía de la muerte no hay reproches, ni listas de cosas por hacer. Solo disfrutar de la familia, la pareja, los hijos en armonía. No hay lugar para el miedo, la tristeza, el arrepentimiento o la rabia.

Morir tranquilo es el resultado de haber llevado una vida satisfactoria, alegre y estos sentimientos no pueden provocar miedo sino confianza.