La rutina diaria de ir al trabajo o a la escuela retoma su curso tras la muerte de un ser querido después de unos tres o cuatro días. Esto no significa que no estemos en duelo, pues es un proceso que dura en promedio unos seis meses. Pero los dolientes deben retomar la cotidianidad de sus vidas a pesar del dolor.

Normalmente, quienes sufren una pérdida hablan del evento con la familia y los amigos, lo cual es una forma de aliviar la pena. Hablar ayuda de forma significativa, ya que permite recordar los momentos vividos con el fallecido, sus chistes y su risa, sus cualidades y logros. Para la mayoría de los dolientes la vida continúa, con una buena dosis de esfuerzo. Pero para otros, la vida no sigue, solo pasan los día, lo cual es muy distinto.

Cuando solo pasan los días quiere decir que el doliente no está viviendo realmente. Está anclado al pasado, quizás incluso su vida se detuvo como una película en pausa en el momento de la muerte de su ser querido, o en el momento del funeral, pues es lo único que recuerda. Ciertamente, la muerte de un ser amado es un evento triste, que afecta profundamente a los familiares. Pero quedarse en el pasado es negativo para su salud física y mental.

Más allá de los casos graves que ameritan atención de especialistas, es posible retomar la vida cotidiana después de la muerte de un ser querido. Para ello es preciso hablar con la familia y los amigos, no aislarse o encerrarse en casa. Hablar permite dejar salir el dolor, la rabia, el desconsuelo y compartir sensaciones con quienes están pasando por la misma etapa del duelo. Hablar también permite recordar los momentos más felices vividos con el ser que ha muerto y darles el valor que tienen en nuestra vida. Podemos recordar sus enseñanzas y su legado, que ciertamente nos ayudarán a seguir adelante en la vida.

La apertura al contacto con los demás establece el vínculo con la realidad que permite a los dolientes retomar el curso de su vida, a pesar de la tristeza y el dolor.