Cada día presenta sus propios retos, sus tristezas, su carga de trabajo y compromisos tanto con la familia como con nosotros mismos. Un día podemos enfrentar un momento difícil y no por ello podemos decir que nuestra vida es miserable, o que no tiene sentido.

Enfrentar los tiempos difíciles requiere mucho coraje y fuerza; pero al final es posible darle a la vida su justo valor. Para ello es preciso ser realistas; aceptar lo que sucede como es, incluso si se trata de la muerte de un ser querido.

El dolor en este caso es ineludible. Sin embargo, no es permanente; tiene una duración y luego se disipa. Atravesar por un momento tan difícil lleva a darse cuenta de las fortalezas que cada uno tiene y a salir adelante renovado.

Por supuesto, ayuda mucho contar con alguien que nos brinde apoyo y que nos anime. Los amigos y familiares son ese refugio y consuelo; ellos nos dan una mano para seguir con la vida.

Más allá de los momentos duros y de las tristezas, la vida está llena de alegría. Más allá de los desafíos y las dificultades que nos fortalecen, la vida nos presenta cada día eventos nuevos en los cuales participar, gente nueva para compartir y responsabilidades para crecer.

Sin duda, el poder de apreciarlo está dentro de cada persona. Cada individuo es capaz de cambiar, de aceptar lo que sucede, de aprender de ello y seguir hacia adelante con esperanza.

Si analizamos de una forma distinta los momentos tristes o negativos que nos ocurren a diario, nuestra respuesta a esos hechos también cambia, se transforma y ya no somos víctimas del dolor o de la pena. Por el contrario, la concepción de cada evento cambia, evoluciona y nos ayuda a fortalecernos. Un cambio de actitud puede representar la diferencia entre el anclaje al dolor o la capacidad de vivir plenamente y felices.