Es natural morir; es parte de la vida. Comprenderlo es difícil, duro y triste. Sin embargo, es la realidad: vivimos para morir algún día. Ante este hecho irremediable es importante ser realistas, pues es la única forma de entender lo que sucede cuando un ser querido muere. Además, es la forma de conservar el optimismo y recuperarse ante la adversidad.

Cuando se tiene un familiar enfermo y el diagnóstico es irreversible, los familiares saben que han iniciado el camino hacia el final. La conmoción familiar ante la noticia de una enfermedad terminal o crónica se manifiesta a través de la tristeza, dolor, rabia e, incluso, apatía.

No obstante, es importante no quedarse en esos sentimientos. Al contrario, lo fundamental es tratar de mantener los pies sobre la tierra para así aprovechar al máximo el tiempo de vida que le quede a ese familiar enfermo. ¿Cómo? Haciéndole compañía, visitándolo en el hospital o en casa, preparándole su comida preferida para que pueda compartir con el resto de la familia o los amigos, colocándole esa música que tanto le gusta y compartir con él su alegría.

Para lograrlo, se requiere calma de pensamiento y espíritu. La serenidad es la base del entendimiento y cuando todos los miembros de la familia están calmados pueden organizar actividades no solo de cuidado al enfermo sino también para disfrutar de su presencia, sus enseñanzas y sus recuerdos.

Aunque no existe un manual sobre cómo actuar ante la cercanía de la muerte y el deceso de un ser querido, sí existen recomendaciones que funcionan. Primero, es importante aceptar por una parte las limitaciones del ser humano para comprender que un día llegará a su final, y por la otra, las limitaciones de la ciencia. Segundo, aceptar que es natural sentir tristeza, dolor e impotencia ante la idea de la muerte. Tercero, optar por la comunicación como un aliado para sobrellevar la situación. Cuarto, aprovechar al máximo cada momento junto al enfermo para reír, pasear si es posible, mirar viejas fotografías y recordar los momentos vividos. Quinto, aclarar cualquier diferencia que pudo surgir en el pasado y que ya no tiene la menor importancia.