Las experiencias que vivimos hoy serán un recuerdo mañana. Tener esto claro ayuda a disipar el dolor por la muerte de un ser querido. El dolor no es permanente, se disipa. Esto no quiere decir que olvidamos a nuestros muertos; ellos viven siempre en nuestro recuerdo. Lo que significa es que la vida cambia, evoluciona y va trazando nuevas experiencias que se transformarán en más recuerdos.
En este sentido, es fundamental esforzarse por tener una vida plena, llena de alegría y caracterizada por el respeto. Esto permitirá construir una huella de vida que permanezca en el tiempo y que en la cercanía de la muerte permita mirar atrás y sentirse satisfecho.
La muerte no tiene por qué ser un evento paralizante, que nos impida buscar nuevas experiencias. El dolor puede ser, de hecho, el detonante para salir en busca de compañía, apoyo en algún grupo de amigos o de terapia. El dolor puede convertirse en el motor de un cambio.
Ciertamente, es común escuchar que las personas se derrumban ante la muerte de un ser querido. Pero, recordemos que se trata de una fase del duelo y que pasará después de un tiempo.
Es posible encontrar fuerzas, apoyo, en el dolor. Si bien es cierto que no se puede remediar el deceso de una persona, es importante no dejarse arrastrar por la nostalgia que lleva a quedarse enganchado en los buenos momentos vividos en el pasado, con la creencia de que no habrá otros similares o mejores.
Sin duda, cada día es un desafío para tomar decisiones, aprender algo nuevo, compartir con quienes lo deseemos, dar amor, salir de la nostalgia y dejar de pensar en el tiempo pasado como “perdido”. Nada se pierde, solo se transforma, toma otro rumbo o pasa a otras manos. La vida significa cambio y para enfrentarlos la mejor forma es apreciar plenamente cada circunstancia que nos presenta.