Una primera recomendación tiene que ver con vivir a plenitud cada momento, cada día, por el mismo hecho de que no sabemos cuándo vamos a morir.
En segundo lugar, no obsesionarse con el tema. Estar vivo significa que en algún momento, algún día, moriremos, pues es el ciclo natural de todo ser vivo. La idea es tener conciencia de esto pero sin que se convierta en un factor de miedo o pánico.
Como tercera recomendación está hablar del tema. Conversar con la familia de forma normal y sin dramatismos acerca de la muerte ayuda a perderle el miedo. Y si fuera necesario, acudir a un especialista que pueda ayudar a tratar el tema de manera que no se convierta en un tabú.
Cuarto, refugiarse en los principios religiosos de cada uno. La fe es importante en todas las culturas; brinda paz, consuelo, esperanza. Las personas que profesan una creencia son más capaces de sobrellevar la tristeza y el dolor de la muerte de un ser querido y, además, pensar en la muerte propia como una etapa de la vida.
Existe mucha literatura acerca de cómo encontrar consuelo ante el tema de la muerte. Sin embargo, es la propia vida la que enseña a enfrentarla con entereza, seguridad, paz y esperanza.
Una vez que tenemos claro que la muerte no es el fin de todo se alivia la carga que cargamos sobre los hombros, perdemos el miedo y dejamos la obsesión. No es sano estar permanentemente pensando en que de un momento a otro vamos a morir. Al contrario, lo ideal es vivir con alegría, compartiendo, riendo, amando y celebrando la vida.