La muerte es un evento duro y que causa mucha tristeza. Sin embargo, es inevitable; todos sufrimos alguna pérdida e irremediablemente algún día moriremos. Hablar del tema, entenderlo y aprender de él es una gran ayuda. Ahora bien, ¿cómo y qué podemos aprender de un tema que causa tanto temor, aislamiento, silencio? Justamente lo opuesto a estos sentimientos. Podemos aprender a conversar sobre la muerte, a no temerle y además acompañar en su dolor a quienes la enfrentan.

Un aspecto que se llega a comprender a través de las experiencias es que las personas lidian con la muerte de distintas maneras, y ninguna es incorrecta o inapropiada, es simplemente personal. El afectado puede llorar, sentir enojo, aislarse por un tiempo y no desear compañía de terceros. Otro aprendizaje relacionado con la muerte es que el duelo es un proceso que toma tiempo –aproximadamente seis meses–, no culmina una vez que regresamos a casa del cementerio o del funeral.

Asimismo, durante este período es importante mantener el contacto con la familia y los amigos, que son un apoyo valioso, aunque por momentos el doliente solo desee estar solo y en silencio. Este es otro aspecto que se aprende en el contacto con la muerte. Se puede aprender también a respetar el tiempo de duelo de cada persona, sin intervenciones desmedidas o una avalancha de pésames por su pérdida. Esto solo hará más intenso el dolor de quien acaba de perder un ser querido y el miedo a enfrentar la vida nuevamente.

Llorar no significa debilidad. Es otro de los aspectos que aprendemos al enfrentar la muerte. El llanto permite el desahogo que ayuda a estar en paz. Las personas que no lloran pueden sufrir consecuencias físicas, pues interiorizan el dolor al no expresarlo y la pena se duplica.

Al encarar la muerte de un ser querido se comprende que la vida es demasiado corta para desperdiciarla anclados en el pasado y que la debemos aprovechar para hacer lo que más nos gusta, compartir con la familia, amar y ser agradecidos.