Más allá de unas palabras durante el funeral, un poema para rendir tributo o un arreglo floral para quien ha fallecido –actos que no dejan de ser importantes–, el agradecimiento se manifiesta mediante el respeto a la persona que fue, a las enseñanzas que nos dio mientras estaba vivo, a los valores que nos transmitió.

Una forma de ser agradecido con nuestros difuntos es honrando su recuerdo. Hablar preferiblemente de sus mejores momentos, de su buen sentido del humor, de lo buen amigo que era cuando estaba entre los vivos. Esto ayuda a mantener en la mente y el corazón a quienes han muerto y alivia la pena que este doloroso hecho causa a familiares y amigos.

Honrar los valores y costumbres que nos transmitió la persona que acaba de fallecer es otra forma de agradecimiento. Incluye conservar en la mente los principios de honestidad, ética y moral que esa persona mantuvo durante su vida y que transmitió a sus hijos y parientes. La educación recibida en casa es de gran valor y es casi imposible perderla. No obstante, se pueden presentar circunstancias en la vida en las cuales la persona flaquee y se sienta tentada a no actuar de acuerdo a sus principios. Es en ese momento cuando las enseñanzas de su familiar fallecido se fortalecen, se manifiestan en el momento presente y le dan esperanza.

Honrar la memoria de quienes han muerto mediante el agradecimiento es de gran ayuda durante el duelo. Las personas que agradecen sienten mayor paz en su corazón y tienen más capacidad para aquietar sus pensamientos. Agradecer les permite enfocarse en lo positivo del fallecido, en los momentos vividos, en sus enseñanzas y en cómo enfrentaba la vida. La gratitud abre las puertas de la esperanza, la confianza, la paz y aleja la duda, el dolor, la culpa, la sensación de pérdida. Al agradecer, de viva voz o con el pensamiento, rendimos tributo a las personas que en vida se esforzaron por tener una vida digna y transmitir valores y principios positivos a sus familiares y amigos.