Es posible que lo siguiente parezca crudo y frío, sin embargo es cierto. Socialmente rechazamos la muerte porque afecta la productividad de nuestro mundo material. Millones de personas evitan hablar de la muerte pues es considerado el final de una vida creativa, productiva, que genera ganancias cada día. Mantienen una carrera contra el tiempo para vivir más y mejor; la longevidad es importante y aún más el hecho de nunca detenerse. Y eso es precisamente la muerte, el momento en el que todo se detiene, el cuerpo deja de funcionar por la razón que sea y allí sobreviene la muerte.

El rechazo es comprensible, natural y, lo mejor, se puede resolver. Para lograrlo es importante analizar el curso de la vida. La persona nace, crece, se desarrolla hasta alcanzar la madurez; luego se inicia la etapa de la vejez y lo natural es que un día llegue la muerte. Asimismo, es fundamental amar la vida, no despreciar ese derecho precioso que tiene cada ser vivo sino respetarla. Respetar la vida propia y la de los demás; así podemos entender mejor el dolor de una pérdida.

Otro aspecto que es importante considerar es el hecho de que por miedo y rechazo relegamos la muerte a los hospitales y cementerios. Mantenemos el tema encerrado en las lápidas, pero la muerte está en nuestra memoria, nuestro corazón, porque nunca se olvida a quien ha muerto. De manera que lo más saludable es hablar de la muerte sin miedo, sin obsesionarnos con el tema pero sí dándole la importancia que tiene, las etapas que comprende y la forma como nos afecta.

Confiar en que gracias a los adelantos tecnológicos, científicos y médicos podrían evitar la muerte o retrasarla mucho más allá del tiempo que el proceso tiene previsto es vivir en un mundo de ilusión. Si bien es cierto que actualmente contamos con medios para alargar la vida, estar sanos, vivir mejor y más que nuestros abuelos el ciclo de la vida se detendrá en algún momento. Lo mejor es estar conscientes de ello y vivir a plenitud aquí y ahora.