La costumbre de velar a los que han muerto se remonta a la época medieval. En ese tiempo los familiares solían mantener el cadáver por un lapso de tres días en casa, solo que sin la preparación anti descomposición actual. Lo hacían para descartar la catalepsia, un estado que era provocado por el estaño presente en utensilios de cocina, platos y otros objetos.
La catalepsia dejaba a la persona sin aparentes signos vitales por varios días. Por ello, los familiares preferían mantener a la persona que supuestamente había muerto varios días en el hogar esperando que recobrara los signos vitales.
Más tarde, gracias a los avances en materia de higiene y salud, los cuerpos comenzaron a ser preparados por funcionarios forenses para evitar su rápida descomposición. El velatorio se siguió efectuando en los hogares de los deudos. Allí se concentraban los familiares y amigos para el último adiós, compartían una taza de café o chocolate y algún refrigerio. Era el momento para brindar consuelo a los familiares, honrar la memoria del fallecido y despedirse.
Con el paso del tiempo a la época contemporánea, fueron prohibidos los velatorios en los hogares y actualmente solo se realizan en funerarias o cementerios por razones de salubridad.
Durante el velorio o velatorio, se concentran ofrendas florales de familiares y amigos, en torno a la urna que contiene el cuerpo. La despedida es dolorosa; los asistentes conversan, se dan mutuo apoyo, lloran como una forma de desahogo y rinden homenaje a quien ha partido a través del recuerdo de los momentos vividos.
Las funerarias y cementerios ofrecen al doliente las comodidades pertinentes para realizar el velatorio en un ambiente tranquilo, íntimo, higiénico. Una vez concluido el período que tarda en promedio 24 horas, se procede bien sea a la cremación o entierro del cuerpo físico del fallecido.
Es el momento del adiós definitivo, sin olvidar que se trata de un cuerpo físico, y que el recuerdo del ser querido que ha muerto continuará vivo en la mente de sus familiares de forma permanente